Ilustración Marcela Pérez Deciriza, artista plástica de SADE Ensenada
El
sol
se
alzó
en
el
horizonte
tiñendo
el
cielo
de
tonos
dorados y
rosados
que
anunciaban
un
nuevo
día
de
posibilidades.
El
viejo
sauce,
tan
majestuoso
como
siempre,
estaba
en
el
parque
siendo
testigo
de
innumerables
historias
de
amor.
Dos
almas
destinadas
a
encontrarse
caminaban
sin
saberlo
y
sus
senderos
se
entrelazaron
en
una
pequeña
cafetería
llamada
El
sauce
de
los
encuentros,
un
lugar
mágico
dentro
del
parque,
donde
los
corazones
solitarios encontraban
refugio en cada taza de café.
Entre
risas
e
historias
que
se
mezclaban
en
el
ambiente,
los
ojos
de
aquel
joven
se
posaron
en
la
bella
artista,
viendo
cómo
sus
manos
danzaban
sobre
el
lienzo
con
una
destreza
admirable,
como si
el arte fluyera a través de sus venas. Ella levantó la mirada y sus miradas
se
encontraron.
Él
se
acercó
hasta
su
mesa.
Su
corazón
latía
muy
fuerte
y
sintió
cómo
esa
fuerza
invisible
guiaba
hacia
un
destino
compartido
con
ella.
Sin
mediar
palabras
y
con
gesto
nervioso,
extendió
la
mano
y
le
sonrío.
La
artista
lo
invitó
a
su
mesa.
Se
dijeron
sus
nombres
y,
con
voz
melodiosa,
entonaron
una
inspirada
charla,
explorando
nuevas
culturas,
nutriéndose
del
arte,
algo
que
a
los
dos
los
apasionaba.
El
café
los
unió
en
un
momento
único,
donde la
chispa
de un amor irrefrenable
se encendió.
Al
salir
de
aquel
lugar,
el
aroma
a
café
y
el
susurro
del
sauce
los
acompañó
en
cada
paso.
Bajo
el
majestuoso
árbol,
se
miraron
con
una
complicidad
que
trascendía
las
palabras
y
se
rozaron
la
piel
como
una
caricia
apasionada
que
irradiaba
un
aura
de
misterio.
Se
dieron
un
beso
eterno,
fortaleciendo
un
vínculo,
un
lazo
indestructible,
sin
percibir
el
presente,
donde
el
destino
caprichoso
a
menudo
nos somete a
pruebas
inesperadas.
Fue
una
serie
de
eventos
desafortunados
lo
que
terminó
desatando
la
tragedia
en
poco
tiempo.
Una
enfermedad
incurable
acechaba
a
la
bella
artista,
apagándola
día
a
día.
Una
tarde,
los románticos
volvieron
al
El
sauce
de
los
encuentros,
donde
la bella
mujer,
en
los
brazos
de
su
amado
y
bajo
el
viejo
sauce,
dejó
su
aire
por
última
vez.
Fue
su
mayor
deseo
morir
allí,
donde su
corazón
se
regocijó
de
amor. La muerte es el fin de todo para algunos pero para ellos se
convirtió
en
algo
que
los
envolvía
en
un
abrazo
cálido,
profundo
y
significativo,
desafiando las barreras del tiempo. Ese mismo tiempo se
detuvo
en
ese
instante.
El
amor
de
esas
almas
gemelas,
entre
susurros
de
hojas
y
el
canto
de
los
pájaros,
se
adentró
en
la
eternidad,
donde el verdadero amor nunca muere.
El
viejo
sauce,
tan
majestuoso
como
siempre,
siendo
testigo
de
aquel final, se conmovió y lloró. Sus lágrimas de amor
embellecieron el resto de los árboles, de las plantas y flores,
haciéndoles florecer
fuera
de
temporada.
Su
duramen,
que
sostiene
su
estructura,
siendo
increíblemente
fuerte,
cambió
de
color
marrón
oscuro
a
un
verde
tornasolado,
causando
la
sensación
de
juventud
eterna,
como
la
de
aquellos
amantes.
Ese
sauce,
tan
apreciado
y
admirado,
que
puede
sentir
dolor
y
emociones,
sigue
acompañando
y
abrazando.
Todavía
se
encuentra
en
el
corazón
del
parque,
transmitiendo
vida,
juventud
e
inmortalidad.
Él
continúa
siendo
testigo
de
lo
imperceptible
a nuestros ojos.
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