“Del primer cielo son el ornamento, y gozan más o menos dulce vida según siente allí el eterno alimento”. La Divina Comedia
Desperté
de
buen
humor
cosa
rara
en
mí.
Me
higienicé
rápido
y
caminé
por
el
largo
pasillo
que
conectaba
al
comedor,
para
mi
sorpresa
el
desayuno
estaba
preparado:
un
café
con
leche
con
tostadas
y
mermelada,
medialunas
y
jugo
de
naranja.
Me
senté
con
detenimiento
y
leí
el
diario,
todo
eso
me
pareció
misterioso.
Mi
señora
dejó
una
jarra
sobre
la
mesa
y
se
sentó
enfrente.
Esperaba
esas
charlas
donde
hay
que
hablar
temas
delicados,
pero
nada
de
eso
pasó.
–¿La
nena
duerme?
-pregunté
para
romper
el
silencio.
–La
llevé
a
la
escuela
y
me
volví
rápido.
Quería
dejarte
preparado
el
desayuno
para
tus
vacaciones.
Una
breve
sonrisa
acompañó
mi
rostro,
pensé
que
debía
trabajar.
Ella
estiró
el
control
remoto
y
se
quedó
leyendo
unos
apuntes
en
silencio.
Pude
ver
las
noticias
y,
a
la
vez,
leer
la
parte
cultural,
cuando
terminé
sentí
que
había
descansado
la
mente.
De
repente,
mi
señora
no
estaba
como
si
se
hubiese
desvanecido
de
golpe:
enseguida
apareció
vestida
con
un
sensual
camisón
y
fuimos
para
la
habitación.
La
verdad
que
hacía
años
que
no
estábamos
así,
parecíamos
unos
jóvenes
que
recién
se
habían
puesto
de
novios.
Esbocé
una
leve
sonrisa
abrazado
a
la
suavidad
de
su
piel
desnuda.
El
tiempo
se
aceleró
de
golpe
y
era
hora
de
un
almuerzo
tardío;
hacía
mucho
tiempo
que
no
conversábamos.
Después
la
hora
de
ir
a
buscar
a
los
chicos,
estaba
de
tan
buen humor
que
caminé
varias
cuadras.
Ellos
salieron
rápido
y
nos
fuimos
a
tomar
algo
al
local
de
moda;
ellos
fueron
directo
a
los
juegos
mientras
traían
los
pedidos
y
tuve
tiempo
para
leer.
Se
portaron
bien,
no
me
podía
quejar
y
terminé
un
libro
después
de
mucho
tiempo.
A
la
noche
prendí
fuego,
la
temperatura
estaba
a
punto
e
hice
un
pedazo
de
carne
en
la
parrilla;
en
un
momento,
algunas
partes
de
la
casa
se
me
borraron
y
volvieron
a
aparecer,
no entendí
lo
que
pasó.
Debía
tener
cansada
la
vista.
No
sabía
si
estaba
despierto
o
dormido.
Volví
en
mí,
la
carne
estaba
casi
lista
y
tomé
un
trago
cargado,
era
la
hora
de
la
cena
y
todo
volvió
a
la
normalidad
como
la
simpleza
de
la
rutina.
La
semana
pasó
lentamente
y,
la
verdad,
que
todo
fue
de
maravilla,
demasiado
bien.
No
estaba
acostumbrado
a
que
todo
transcurriera
de
esa
manera.
El
domingo
a
la
tarde
me
sentí
vacío,
como
si
todo
fuese
un
espejo
que
devolviera
otra
realidad
y
decidí
dar
una
vuelta
por
el
centro.
Era
casi
el
atardecer
y
sentí
una
nostalgia
difícil
de
describir;
como
si
la
muerte
me
abrazara
cálidamente.
Caminé
un
rato
por
la
calle
principal
mientras
la
penumbra
de
la
noche
despertaba
una
chispa
en
mi
interior.
Me
detuve
en
un
local
que
no
conocía,
tenía
varias
luces
tenues
y
un
tipo
robusto
en
la
puerta
me
intimidó.
–¿Puedo
pasar?
–pregunté
con
timidez.
Me
abrieron
una
cadena
y
pasé
por
un
pasillo
oscuro.
Era
un
lugar
de
baile
y
diversión;
sentí
que
debía
volver
a
casa
y
a
la
vez
seguir.
Me
senté
al
lado
de
la
pista,
rodeados
de
esas
mesas,
pedí
un
trago
fuerte
y
disfruté
del
espectáculo.
Era
la
primera
vez
en
el
mes
que
me
sentía
diferente.
Tomé
varios
tragos
y
vi
pasar
hermosas
mujeres.
La
última
chica
al
pasar
me
lanzó
una
mirada
cercana como
si
me
conociera
de
algún
lugar
y
regresé
a
casa.
Algunas
escapadas
nos
sirven
para
huir
de
nuestros
propios
demonios.
Lo
que
siguió
fue
una
semana
mejor
que
la
primera.
Mi
señora
estuvo
fogosa,
comimos
delicioso,
disfrutamos
los
días
y
la
familia
se
portó
de
maravilla.
Eran
como
esa
serie
de
chico,
los
años
maravillosos,
pero
en
semanas.
Había
cierta
analogía
entre
la
comida
y
el
sexo,
no
lo
había
visto
antes
como
si
fuese
un
alimento
para
el
alma.
El
domingo
regresé
a
ese
local
lúgubre
y
quedé
hipnotizado
con
una
morocha
de
ojos
verdes,
creo
que
era
la
chica
de
la
otra
vez.
Le
pedí
un
baile
privado
y
me
quedé
hablando
con
ella
hasta
pasada
la
medianoche.
Regresé
tarde,
con
olor
a
alcohol
y
dormí
en
el
sillón,
nadie
de
la
familia
me
dijo
nada
y
eso
me
sorprendió;
por
un
momento
miré
la
cruz
de
la
sala
y
tuve
ganas
de
llorar.
El
mes
transcurrió
en forma
casi
idéntica.
Buenos
despertares,
lindos
días,
libros
para
leer,
caminatas,
meriendas,
cenas
cálidas
y
tiempo
con
la
familia.
El
sábado
al
mediodía
se
me
hizo
tarde
para
volver
del
centro
y
en
un
momento,
un
auto
pasó
en
rojo
y
tuve
que
frenar
de
golpe.
Me
hice
mal
el
hombro
y
volvieron
a
aparecer
esas
imágenes
de
fondo
discontinuado
como
si
puntos
crepusculares
revolotearan
a
su
alrededor.
Me
dormí
una
siesta
que
me
pareció
eterna,
desperté
el
domingo
para
una
merienda.
Agarré
el
auto
y
al
atardecer
regresé
a
ese
lugar
desesperado.
No
podía
tolerar
esa
sensación
que
me
envolvía,
esa
adrenalina
y
placer.
Me
dirigí
hacía
el
fondo
donde
eran
los
bailes
privados,
le
pregunté
a
la
última
chica
si
podíamos
ir
arriba.
Ella
asintió
con
delicadeza.
El
cuarto
era
oscuro,
con
varios
espejos
y
una
luz
rojiza
tenue.
Me
saqué
la
ropa
rápidamente,
le
saqué
la
bombacha
y
tuve
un
polvo
rápido.
Enseguida
la
separación,
la
servilleta
en
el
preservativo
y
mis
gotas
de
transpiración
acariciando
mi
cuerpo
y
secándose
a
la
vez
con
el
frío
del
aire
acondicionado.
–¿Te
puedo
preguntar
algo?
– Si,
chico.
– Te
pido
que
me
seas
sincera
¿Cómo
estuvo?
– La
verdad
que
mal…
no
duró casi
nada – dijo
esbozando
una
leve
sonrisa.
– ¡Muchas
Gracias!
Enseguida
la
abracé
y
ella
me
miró
con
extrañeza.
– Es
la
primera
vez
en
cuarenta
días
que
alguien
me
dice
que
hice
algo
mal.
Toda
está
rutina
de
felicidad,
todas
las
cosas
bien,
nadie
me
discute,
nadie
me
corrige;
es
una
sensación
abrumadora.
Terminé
de
decir
eso
y
contemplé
sus
piernas
desnudas
en
la
penumbra
de
la
habitación.
– Pareces
un
ángel.
– Soy
el
ángel
de
la
muerte–respondió
haciendo
clic
con
los
dedos.
En
ese
momento,
recordé
todo.
Estaba
con
la
morocha
en
un
hotel
cuando
mi
señora
tuvo
el
choque.
Enseguida
fui
a
buscarla
y
me
accidenté
en
el
camino.
Todo
este
lugar
es
una
especie
de
limbo
infernal.
– Eso
no
fue
lo
que
pasó,
los
recuerdos
pueden
ser
engañosos.
Te
enteraste
del
accidente
de
tu
mujer
y
en
vez
de
ir
a
socorrerla,
viniste
conmigo
y
estuviste
toda
la
noche.
Después
te
peleaste
con
la
gente
del
bar
y
te
dieron
un
golpe
en
la
cabeza.
Mi
piel
se
estremeció
y
la
vista
se
tornó
borrosa,
como
podía
haber
hecho
eso.
Algunas
veces
uno
puede
parecer
irreconocible
frente
al
espejo.
Un
montón
de
puntos
corpusculares
me
rodeaban
mientras
me
sumergía
en
la
oscuridad
de
la
habitación
y
en
el
infierno
de
esos
ojos
verdes.
Desperté
en
mi
cama
abrumado,
como
si
necesitara
purgar
algo.
Había
tenido
un
sueño
demasiado
extraño.
Mi
señora
había
ido
a
llevar
a
los
chicos
a
la
escuela.
En
la
mesa
del
comedor
tenía
presentado
un
abundante
desayuno.
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