domingo, 29 de septiembre de 2024

LOS DUEÑOS DEL MUNDO, de Marcelo Rivero

Recuerdo tardes lejanas,

una pálida pared,

un cartel con letras negras:

Asesinos de Trelew.


Cambaceres gana, pierde,

asciende, vuelve a la C.

Las nubes cubren el cielo

y ya se larga a llover.


Anguilas y mojarritas

pescamos en el arroyo.

Los caballos son salvajes,

se parecen a nosotros.


Somos los dueños del mundo

que se cuece a fuego lento,

no tenemos doce años

y nos creemos eternos.

 del poemario  A CAPELA (2022, Ed. Luxor)

viernes, 20 de septiembre de 2024

Miembros de SADE Ensenada fueron premiados en concurso literario local

Artículo realizado com la colaboración de Sandra Billordo y Marcelo Rivero.
Este 19 de octubre recibieron sus merecidos premios los miembros de la filial Ensenada: Oriana González, Alicia Edith Pereyra, Tobías Rey, y Gonzalo Taylor.

En la ceremonia se entregaron los premios del Segundo Concurso Literario Profesor Carlos Antonio “Toton” Asnaghi, organizado por Rotary Club de Ensenada
Además, recibió una distinción nuestra querida Madrina y Socia Honorifica Magdalena Noemí Maldonado

El Jurado estuvo integrado por el periodista y escritor Eduardo Bernabé Muriño, la escritora ensenadense Noemí Maldonado y el profesor Matías Martín
El total de distinciones fueron los siguientes:

NARRATIVA

Primer Premio: “Tercero B” de Silvina Laura Sartelli
Segundo Premio: “La Despedida del Cordero” de Tobías Rey
Tercer Premio: “Conciliación Obligatoria” de Patricio Daniel Mainero
Primera Mención: “Noche de Velorio” de Gonzalo Eduardo Taylor
Segunda Mención: “Borcegos y Alas” de Corina Beatriz Paccagnella
 
POESÍA
 
Primer Premio: “Marmórea” de Alicia Edith Pereyra
Segundo Premio: “Algo de mí” de Selva Angélica Elizabeth Simón
Tercer Premio: “Naufragio” de Corina Beatriz Paccagnella
Primera Mención: “El ultimo Sorbo” de Oriana Abril González
Segunda Mención: “Jardines” de Alicia Edith Pereyra
El evento se realizó en la sede rotaria de La Merced y Perú con la asistencia de un nutrido publico.

miércoles, 18 de septiembre de 2024

LA VENTANA por Gonzalo Taylor

 Esta semana presentamos un relato breve del integrante 
de SADE Ensenada, Gonzalo Taylor

Otro día gris. Levantarse, caminar hasta la dependencia y cumplir esas horas pegando sellos. Volver a casa y no saber para qué. Lo único importante es contemplarla a través de la ventana. “Hoy le tengo que hablar”, me repito para darme valor. No voy a dejar que se escape el tren.

Voy a abrir la puerta, pero no puedo y las llaves caen. Envuelto en nerviosismo, intento varias veces, pero la cerradura queda trabada. Mi pecho se acongoja, me acerco a la ventana y veo su figura desaparecer en la esquina. La vida es una oportunidad perdida. Abro una cerveza, la tomo de una y me duermo con toda la cama tan desarreglada como mi corazón. La televisión queda prendida, la ventana abierta y quizás la hornalla; pero no importa. 

“Disculpa, se te cayó la cartera”, escuchó como un eco. Ella se da vuelta, la agarra y sus manos rozan la mía. Me agradece con los ojos y queda a mi lado. 

En ese momento, despierto sobresaltado. Todavía queda pasar la eterna noche. Llegará el día y la rutina me envolverá por completo. 

Eso sí, a la tarde estaré mirando por la ventana esperando que la vida pase.

jueves, 12 de septiembre de 2024

LA DESPEDIDA DEL CORDERO, por Tobías Rey

 Tenemos el placer de iniciar nuestras publicaciones dando a conocer “La Despedida del Cordero” de Tobías Rey, narrativa que fuera premiado en el Segundo Concurso Literario “Profesor Carlos Antonio Totón Asnaghi”, organizado por el Rotary Club de Ensenada.

El corredor de la muerte no resultaba un ámbito agradable en ninguna circunstancia. Curiosamente, ese día lamentó que él no fuese el condenado.

¿Padre Lorenzo? —las palabras de la suave voz lo sacaron de sus cavilaciones.
El mundo volvió a formarse a su alrededor. Cuatro paredes grises, el polvo y la mugre en cada rincón. Estaba sentado en una tabla que apenas podía llamarse cama y las ventanas abarrotadas daban vista a los tejados rojizos de una Florencia en sus primeras horas de la mañana. A su lado, un niño que no tendría más de catorce años. Se preguntaba en qué había fallado.
Eh… —el hombre se aclaró la garganta antes de retomar la conversación—. Disculpa, Paolo, a veces me pierdo en mis propios pensamientos. ¿Qué decías?
Apenas rozaba los cuarenta años. Sin embargo, el peso que se había puesto sobre los hombros le comenzaba a afectar. Aunque su vocación se mantenía intacta, los fracasos lo hacían sentirse cada vez más viejo. Los músculos agotados, el pesar creciente.
Su fracaso más reciente acentuaba aquello. Pensaba en qué había hecho mal.
¿Voy a ir al cielo? —preguntó el chico sin rodeos.
La pregunta llegó como un puñal. Se la esperaba, no por eso resultó menos dolorosa. ¿Cómo explicárselo? ¿Cómo preparar a alguien para la muerte?
Durante unos instantes deseó no estar ahí. Podría haberse quedado en la capilla. Todas esas situaciones no hacían más que aumentar el dolor de su corazón. ¿Por qué sufrir en algo en lo que no había necesidad?
De todas formas, sentía que acompañarlo hasta el final era lo correcto. Como maestro, como sacerdote y como amigo.
Bueno… —pronunció vacilante, pensando sus palabras—. Jesús fue crucificado con dos ladrones…
Eso ya lo sé, nos contaron esa historia decenas de veces —respondió casi al instante—. Uno bueno, el otro malo.
El sacerdote se quedó callado unos momentos. No mentía. Aquella historia, como muchas otras de las Sagradas Escrituras, se repetían una y otra vez a lo largo de los siglos. Más allá de su certeza o no, servían para educar. Esa siempre había sido su prioridad, darle un futuro a aquellos que había acogido en su hogar.
Sí, sí, pero ese no es el punto. Jesús, incluso en su momento de mayor dolor, aceptó cuidar de un alma arrepentida y tenerla a su lado en el cielo.
Pero él era un ladrón —respondió con angustia—, no un asesino.
La mera sugerencia resultaba dolorosa debido a que era una realidad. Una prueba de su propio fracaso, de no poder salvar a los huérfanos de un mundo de oscuridad.
Los había educado, los había alejado de las cárceles y las calles, intentando evitar que cayeran en el pecado. ¿Qué había hecho mal? No había maldad en ellos, bien lo sabía. La mayoría habían sido empujados al hurto por condiciones que iban más allá de sus capacidades… pero eso no los condenaba eternamente. Los había rescatado pese al rechazo inicial de los carceleros. Sin embargo, un asesinato estaba por encima de su control. Podía haber sido accidental. La ley dejaría pasar un robo, pero, ¿una muerte? No.
Nada le devolverá la vida al hombre que mataste —admitió el sacerdote—. Eso es una verdad absoluta. Lo que has hecho… es una desgracia, el dolor de su familia no desaparecerá, sin importar los años que pasen.
El chico asintió. Era… extraño. Le había parecido tranquilo en un inicio, pero algo había cambiado. En esa cara inocente y esos rasgos angulosos había comenzado a asomar la preocupación. El miedo, claramente.
Fue un accidente. No fue mi intención matarlo.
Lo sé —reconoció Lorenzo, asintiendo con su semblante duro—. No actuaste por maldad, aunque eso no quita la responsabilidad del hecho.
¿Está decepcionado de mí?
Un silencio atroz invadió la sala.
Sí —admitió—, estoy decepcionado. Decepcionado porque les enseñé el camino a seguir, un camino que los haría mejores personas. Los intenté educar, enseñar el valor del esfuerzo y del trabajo. Sin embargo… esto era posible. Nadie puede saber el destino que tiene el Señor para nosotros, ni la tentación que nos va a echar el Enemigo.
Las palabras fueron sentenciadoras. El chico guardó silencio por unos segundos, mismo momento en que las lágrimas comenzaron a recorrer sus pálidas mejillas.
Esto también es un fracaso mío —prosiguió el cura—. No puedo echarte la culpa simplemente por equivocarte. También es responsabilidad mía.
¡Usted no mató a ese hombre! ¡Tampoco me incitó a robar! Esto es mi culpa. Merezco lo que me va a pasar.
Le dolía ver su expresión: la más absoluta desesperación.
Sin embargo, yo prometí cuidarlos —dijo en un susurro, agachando la cabeza y juntando las manos—. Fracasé, por eso no puedo culparte. La Justicia quizás no te crea, piensan que eres un criminal más, pero yo te conozco, Paolo. Sé quién eres, te vi crecer. Noto tu pena y arrepentimiento, solo eres un niño que ha sido llevado por el mal camino. Te creo. Por eso quiero darte el perdón y acompañarte personalmente en este momento.
Casi al instante, Paolo se abalanzó sobre él, rodeándolo con los brazos. El acto fue correspondido. Lorenzo también se aferró, sintiendo su calidez, quizás la última vez que la sentiría. Recordaba todo. Las tardes que había pasado junto a él y los demás, las clases que les había impartido, el trabajo de carpintería o la ayuda limpiando las calles. Se quebró, llorando a la par que su pupilo. Se apartó, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. No había otra cosa para hacer, así que prefirió acabar con las formalidades. Al menos, así tendría unos minutos más para hablar con el chico, unos últimos minutos que esperaba que fueran igual de cálidos.
Irás al cielo, de eso estoy seguro. Te confesaré y te daré perdón, así Jesús sabrá qué destino le corresponde a tu alma. Confío en que sabrá juzgarte sabiamente.
Con esas palabras, Paolo sonrió levemente. Aún había miedo en él y dolor por su próximo destino, pero lucía más animado.
¿Nos volveremos a encontrar algún día? Quiero volver a verlo, incluso si es en el cielo. A usted y a todos los demás.
Lorenzo no pudo hacer más que sonreír. Tanta pureza, tanta bondad.
Sí, nos volveremos a encontrar —comentó—. Y, teniendo en cuenta lo que me costó subir hasta aquí, creo que será más pronto que tarde —rio—. Se nos hace tarde. Dime, ¿hay algo que quieras confesar?

****************

Lorenzo sintió el sol del mediodía en su piel. Miraba el cadalso armado en el patio de la prisión. El acto se realizaría a puertas cerradas. Mantuvo las manos juntas y la cabeza gacha. Así fue hasta que los guardias aparecieron con la pequeña figura: un chico de cabellos negros y rostro anguloso. Presenciar ese trayecto fue una tortura para Lorenzo, pero debía estar, por última vez y como siempre lo había hecho.
Paolo subió a la plataforma. Cada paso fue un dolor en el corazón del cura. El chico estaba asustado, no llorando, pero sí paralizado por el miedo. Estaba atado de manos y siendo forzado a moverse por un guardia de uniforme negro.
Los minutos pasaron como horas. Lorenzo levantó la vista, obligándose a no cerrar los ojos. Estaría ahí, sería valiente y no lo abandonaría. Las palabras del guardia con las acusaciones y razones de la ejecución no llegaron a sus oídos. Todo se volvió frío, incluso con el sol.
Y entonces sucedió. Ya con la soga ajustada al cuello, el hueco a sus pies se abrió, dejando caer a Paolo. Lorenzo intentó mantener la mirada, pero no fue capaz. No aguantaba ver cómo el joven se removía con violencia, intentando escapar del nudo en su cuello y agotarse con cada movimiento. Su rostro se volvió morado y los ojos se le salieron de las orbitas.
Tuvo que mirar hacia otro lado, casi llorando. Aguantó todo lo que pudo, oyendo los gritos ahogados. La ejecución duró unos dolorosos minutos hasta que Paolo dejó de moverse, quedando solo un cuerpo inerte que colgaba a pocos centímetros del suelo.
Una calma perturbadora invadió el patio. Los guardias tenían una sutil sonrisa en sus rostros. Para ellos había sido solo otra basura echada al río. Para Lorenzo era la despedida a un hijo con el que algún día esperaba reencontrarse.

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