Javier estaba confundido. Esa tarde fue a visitar a su abuela. Es joven y es un buen chico. La abuela se estaba poniendo mayor.
- ¿Cómo hacés, abuela, para tener ganas de vivir, con tantos contratiempos que pasaste y un mundo tan jodido?
La abuela lo miró, con el cariño de siempre.
-Tejo, querido, tejo. Cuando no tengo tejido me siento perdida. ¿Viste que la gente ya no teje ni cose a mano? Por eso anda tan desesperada.
- ¡Pero abuela, el tejido no puede sacarte de los problemas!
-Las preocupaciones siempre van a existir, siempre estarán ahí. No las podés vencer así nomás. Pero cuando tejo puedo afrontar todo. Vivo el presente, cuento los puntos, veo que quede prolijo, que quede bonito. Miro el presente, sin tiempo para ansiedades. Si pensara en lo que me fue mal, o en lo que puede pasar mañana, seguro que se me escapa algún punto, o la torzada me sale suelta, y el resultado será desastroso. Es como una obra de arte, hay que ponerle todo el esmero para que sea perfecta.
-Ayyy, abu… Mejor tomamos unos mates que tengo que irme.
-Siempre tan apurado vos. Dale, sentate. Dos o tres mates con unas pepas.
Javier debía ponerse a estudiar, pero no tenía muchas ganas, así que se fue a lo de un amigo. Escucharon música, bien estridente. Fumaron unos cigarrillos y luego se pasaron un faso. Miraron el techo despreocupados, trataban de no pensar. No veían claro el futuro.
Es que Javier tenía otra mentalidad, estaba viviendo ese tiempo postmoderno, de la frivolidad y el hedonismo. Pensaba que, lo único que podía hacer, era tratar de disfrutar la vida en el día a día. No sabía si valía la pena esforzarse. Solo salir, beber, fumar. Buscaba el sentido a todo lo que hacía, sin encontrarlo.
Mariela, la abuela, después que se fue su nieto, se puso a pensar y recordar: “Mamá no tejía, no sé si no le gustaba o no aprendió. Mi abuelita sí, tejía para toda la familia. Desde pequeña quise imitarla. Debía tener cinco años, cuando me sentaba en el umbral de la casa, con una aguja y un ovillo grande. Era inmenso el ovillo en ese momento, hecho con restos destejidos, retazos de otras vidas, pero para mí era el comienzo de todo. Sólo sabía poner puntos en la aguja y la llenaba de punta a punta, luego los quitaba y vuelta a empezar. La gente que pasaba, me miraba y sonreían. “Mirá a la nena, cómo quiere tejer”.
Después comencé a armar un tejido. Los puntos derechos se toman para abajo, los revés para arriba. Al principio todos son derechos, luego aprendés el revés. Hubo que tejer una vida, armar un sueño. Me quedaban muchas hilachas ancestrales, muchas muestras de tejidos anteriores, muchos desgarros antiguos que cubrir.
Hice mi propio tejido, con mis fuerzas, mi inteligencia y mi habilidad. Reconozco que he tejido, para mí y mi familia. Aunque hice muchas cosas más en la vida. Siempre, tejiendo mi vida como pude. Como una araña teje su tela en un rincón, a veces en una zona oscura. Cuántas veces como a la araña, me han roto el tejido, han destrozado mis sueños. Cuando fue así, solo me quedó volver a empezar. Cuántas veces me equivoqué y tuve que deshacer lo hecho para rehacerlo. ¿Cuántas?
Estuve sola, esperando mis hijos, sin mi familia, desarraigada. Pero el entusiasmo por hacer los pequeños ajuares, no me permitió desesperar. Tenía un motivo para seguir adelante”.
Javier hizo una previa en lo de Juani, con mucho alcohol. Se fueron al boliche, tarde ya. Los amigos esperaban. No había estudiado en el fin de semana ni lo haría.
Hubo mucho amontonamiento, la música no dejaba pensar, las luces eran tan intensas y coloridas que parecían querer enloquecerlos. No se divertían si no bebían, parecían querer perder la conciencia. Se reían y no sabían de qué. Uno de sus amigos se acercó a una chica, un poco bailaron, otro poco se besaron y después se fueron al lugar más oscuro. Había un tipo en un rincón al que se acercó uno de sus conocidos. “Ese vende”, le dijo. Y él fue. No supo qué tomó, ni qué le dieron, pero se sentía feliz, flotaba como en un jacuzzi tibio; aunque, tampoco, supo por qué recibió un puñetazo, parece que moviéndose empujó a alguien. Se armó una pelea. Cuando Javier cayó, recibió una patada en la espalda. Entre varios hombres grandotes lo tiraron a la calle, junto con otros, algunos de sus amigos. La gran pelea siguió afuera. Los patovicas miraban desde la puerta del boliche. Algunos chicos estaban muy agresivos. Javier no sabía ni qué hora era, ni dónde estaba y, mucho menos, por qué le pegaban, estando en el suelo.
Despertó en un hospital. Le dolía todo el cuerpo, mucho más la cabeza. Estaba casi todo vendado, con un ojo no veía y en el oído opuesto tenía un chillido. Se sentía muy mal. Tenía una vía puesta en el brazo izquierdo, sin duda, con suero que entraba a su cuerpo. Sentía sed. Quería pensar y reconstruir cómo había llegado allí. Él sólo había querido divertirse, pasarlo bien. “Así no me sirve”, pensó.
Estaba dolorido y abrumado. Su madre sentada en una silla a su izquierda, con el rosario en la mano.
- ¿Sabés quiénes fueron? - le preguntó, en un hilo de voz.
-No. Apenas los vi. Me duele la cabeza y la garganta. Déjame descansar, mamá.
- ¿Entendés que estuviste cuatro días en coma?
Llegó la abuela. Los ojos rojos de llorar.
– Andate Susy, yo me quedo. Tirate un ratito.
Javier dormía. Ella lo miraba, lo adoraba, era su primer nieto. No podía creer que ese niño, al que había cuidado tanto, para llevarlo al jardín de infantes, a la escuela, al que le había tejido tantos pechitos, chalecos, bufandas y gorros, para que no pasase frío, y no enfermara; casi pierde la vida cuando intentaba divertirse. ¿O tal vez, evadirse?
Estaba grave, tenía un golpe en la cabeza, que había que descomprimir. La respiración estaba dificultada por la fractura y hundimiento de algunas costillas, era posible que lo llevaran a terapia intensiva con respirador. Debían operarlo con urgencia, porque tenía estallado el bazo.
Le apretó la mano, que estaba pálida, pero tibia. Luego sacó un tejido, le iba a hacer un suéter para cuando se recuperase, hacía mucho tiempo que no le tejía. No quería pensar que estaba grave. Ella sabía que, entrando en el ritmo repetitivo de los puntos, podía encontrar un estado de paz, casi de meditación. Y la maraña de los hilos emotivos en su interior se suavizarían, Entendía que debía enfrentarse a ese dolor, lo debía aceptar. Y pasar, como tantos otros.
Porque tejiendo se crearía el verdadero traje para Javier, se conectaría con ese hilo sutil que une a toda la humanidad, como la araña que forma su tela mientras cuenta al mundo todos sus secretos. Cruzando las hebras de lana, se cruzan los pensamientos y emociones y se conecta con lo divino, que hay dentro de cada uno, y que sostiene en la mano el principio de la hebra. Era como rezar.
Pasaron muchos días para que Joaquín se mejorara. Casi un mes estuvo internado. Su madre y su hermana estuvieron a su lado preocupadas, pero debieron continuar con sus tareas, como pudieron. El padre, además, estaba muy enojado. Mariela estaba terminando el suéter. Susana pudo acomodar sus cosas, con su hija, con su casa, con su trabajo, porque, por suerte, Javier estaba saliendo. Mientras tanto, su propia madre tejía, ella fue la que estuvo todo el tiempo.
Cuando el muchacho regresó a su casa, estaba débil, debía continuar con rehabilitaciones, pero ya podía pensar.
El padre le dijo:
-Espero que, con esto, escarmientes y pienses bien dónde te metés. Demasiada farra, demasiado alcohol. Ahora fue una golpiza, pudo ser un accidente. Tuviste traumatismo de cráneo, cuatro costillas hundidas, te estalló el bazo. Corriste peligro. Por favor, no arruines tu vida.
Mariela escuchaba. Cuando quedó sola con el nieto, le recordó lo que le había dicho del tejido, le mostró el suéter azul que le había hecho mientras lo cuidaba. Le explicó que muchas veces había tenido que deshacer lo hecho, destejer y subsanar el error. Siempre se puede empezar de nuevo.
Javier se puso a llorar, no lo había pasado bien, había preocupado a su familia, había perdido una cursada. Sentía miedo, bronca, tristeza.
-A no llorar sobre la leche derramada. Esto tiene arreglo. Nosotros también tomábamos, pero no tanto. Hoy, los jóvenes están muy expuestos a los intereses comerciales, les venden de todo. Hay mucha violencia, muchas sustancias al alcance de la mano. Se aprovechan de ustedes para que consuman bebidas, drogas. Sólo vos podés cuidarte.
-Y ahora, nene, a recuperarte que tengo que empezar a tejerle a Julito, tu primito, que está por nacer. No me dejan descansar, y eso es lo que debo hacer: Continuar. Cada cual debe seguir su camino. La vida debe seguir. Y acá la primera que debe irse soy yo.
-Parece fácil, según vos. Pero yo no sé tejer.
- ¿Qué cosa decís? ¿Difícil seguir viviendo? ¿Divertirte, pero no tanto?
-Me das risa, Abue.
Cuando Mariela salía, se encontró con su yerno, que ingresaba a su casa.
- ¿Cómo estás Martín? Te quiero pedir que estés un poco más con tu hijo. Él te necesita. No tanto reproches sino presencia. Javier, aún, está confundido.
Al irse Mariela pensó: “El chico tiene razón, no está nada fácil la sociedad, donde un YouTuber es más valorado que un ingeniero, donde impera la competencia y no la paz, y el dinero y la apariencia son los valores más apreciados. Yo ya no tengo esas preocupaciones, ya hice todo. Por lo pronto mi ovillo ya es muy pequeño, y espero que contenga de los mejores colores”